Nauseabundo desorden
Llevo días necesitando escribir algo que roce mi nefasta incoherencia. Es posible que hoy se produzca el gran momento donde desnude mis desatinos.
Tengo ganas de sentirme animal que vuela y sobrevolar las amarguras, verlas en la lejanía y olvidarme de ellas. Tengo ganas de ser un reptil para arrastrarme por las calamidades. Ganas de ser una gata que se pasea por los tejados acompañada de la luna. Y finalmente no sé nada para no acordarme de ningún recuerdo.
Desear todo esto no es más que el signo de la locura que experimento en mi interior y que omito de la realidad que me rodea en el “mundo de fuera” pero esta demencia es causada por el fracaso de no saber si he fracasado.
Es bonito vivir en una ilusión eterna que se hace tangible como una pesadilla efímera, tan efímera que se acaba cuando los labios de un príncipe azul roza mis labios y me susurra una balada de esperanzas… El sabe que no forma parte de mis excentricidades y de tal forma lo agradece que no lo llevo a la deriva en mi barco de lágrimas. Él se queda en el puerto despidiéndome con la mano cuando me enajeno y divago. Sabe que volveré a su lado como perro que lame sus heridas, lastimero y amedrentado… siempre vuelvo y nunca la misma.
Tengo ganas de sentirme animal que vuela y sobrevolar las amarguras, verlas en la lejanía y olvidarme de ellas. Tengo ganas de ser un reptil para arrastrarme por las calamidades. Ganas de ser una gata que se pasea por los tejados acompañada de la luna. Y finalmente no sé nada para no acordarme de ningún recuerdo.
Desear todo esto no es más que el signo de la locura que experimento en mi interior y que omito de la realidad que me rodea en el “mundo de fuera” pero esta demencia es causada por el fracaso de no saber si he fracasado.
Es bonito vivir en una ilusión eterna que se hace tangible como una pesadilla efímera, tan efímera que se acaba cuando los labios de un príncipe azul roza mis labios y me susurra una balada de esperanzas… El sabe que no forma parte de mis excentricidades y de tal forma lo agradece que no lo llevo a la deriva en mi barco de lágrimas. Él se queda en el puerto despidiéndome con la mano cuando me enajeno y divago. Sabe que volveré a su lado como perro que lame sus heridas, lastimero y amedrentado… siempre vuelvo y nunca la misma.
“Tengo en mi alma una herida supurante
En mi corazón una grieta
Y la tristeza de estandarte”
La princesa de Fresa Podrida